29/6/08

DIARIO DE UNA RESURRECCIÓN. El Recuerdo como Tiempo Presente extendido dentro de una Producción Plástica.



LA VIVENCIA GENERADORA

Si bien es cierto, que todo ser humano posee una cierta comprensión de todo lo que es, ésta comprensión es vivida de manera fundamentalmente afectiva. Afectiva en el sentido como dice Christlieb “que nos afecta”, de ahí tal vez mi dificultad de hablar de ese espacio afectivo que motivó en un principio la creación de mis imágenes.

1.1 Las buenas intenciones

La historia tal vez comienza cuando desde niña mi abuela y mi padre, me mostraban los “recuerdos familiares”, cartas con dibujos utilizando carbón y lápiz que había hecho mi bisabuelo al que según dicen había sido su gran amor: mi bisabuela. Yo podía percatarme de la gran admiración que despertaban esos dibujos en mi padre cuando afirmaba “eso si es saber dibujar” y más aún, observaba también como de manera constante mi padre destinaba parte de su tiempo a dibujar.

En ambos casos, yo admiraba el mimetismo de sus trabajos, puesto que para mi representaba una incapacidad poderlo hacer y por otro lado porque bien sabía que era un elemento que apreciaba mi padre. Recuerdo un día que en mis múltiples intentos de “aprender a dibujar” le pregunté ¿cómo le hago? y sin más su respuesta fue: “dibuja lo que ves”; sin embargo, cuando lo intentaba, ya sea haciéndolo con modelos naturales o a través de la copia de fotografías había un sin fin de críticas y recomendaciones hacia mis trabajos, que si estaba mal la perspectiva, que si la proporción en la figura, que si la dirección de la luz, que la intensidad de la sombra, y luego llegaba la pregunta más odiada: “¿qué significa?”, “¿qué quieres decir con ese dibujo?”. Tal parecía que no era suficiente el mero deseo de hacerlo; entonces, cada intento por “aprender a dibujar” aparte se convertía en una búsqueda constante de sentidos que asignarle a cada cosa que dibujaba.

Para ser franca, siempre he sido muy mala para eso de inventarme historias fantásticas para “contar” en mis dibujos y nuevamente mi papá entró en acción tratándome de ayudar ante tal dificultad. Una noche llegó con el libro de cerca de novecientas páginas de “Don Quijote de la Mancha” asignándome la tarea de leer mínimo 20 paginas diarias, por suerte el libro traía “dibujitos”, ilustraciones de Gustav Doré lo que hacía más agradable la lectura. También al ver mi papá mi interés por dibujar tuvo la fantástica idea de comprar una serie de libros, de esos que dicen “Así se dibuja a la pluma”, “Así se dibuja al lápiz”, “Luz y sombra”, “Como dibujar en perspectiva”, en donde en cada uno de ellos describía paso por paso como “aprender a dibujar”. Ahora tenía el kit completo, y entonces cada intento por aprender a dibujar se convertía en todo un ritual, desde el paso número uno que indicaba el libro de cómo sacarle punta correctamente a los lápices, cual era la postura adecuada de la mesa sobre la cual se iba a trabajar, hasta llegar al punto de cómo se componía un dibujo y la manera adecuada de fijarlo cuando ya estuviera terminado. Pero igual todo intento creo que fue infructuoso, a la fecha, creo que no he logrado ver todavía lo mismo que ve mi padre y las sugerencias aún continúan.

Ahora que lo pienso, tal vez fue a raíz de la lectura del libro de Don Quijote que me surgió el gusto por la poesía, fue entonces a la edad de 9 o 10 años cuando me decidí a escribir mi primer y único libro de poesía. Recorté hojas de papel, escribí mis poemas, los adorné con dibujitos, los engrape y se los vendí a mis tías quienes amablemente me siguieron la corriente y me hicieron sentir como toda una artista consagrada.

1.2 El hallazgo

Después de varios intentos, ya para cuando iba en la secundaria y la preparatoria varios de mis maestros encontraban que tenía una habilidad: “la muchachita sabía dibujar” (con todo lo que eso quiera decir). No voy a negar que en algún momento me sentí halagada por los comentarios que despertaban mis trabajos, pero fue hasta mucho tiempo después, específicamente cuando entre a la escuela de Bellas Artes a estudiar, que descubrí que mi dibujo ya no me gustaba, que dibujar implicaba más que esa mera representación mimética del mundo y comencé a añorar esos tiempos cuando todavía “no aprendía a dibujar”, cuando hacía mis dibujos chuecos, manchados y sin perspectiva. Ahora intuía que el reto iba ya mucho más allá de lograr la representación mimética de lo que para una colectividad reconocía como “mundo real”.

Cuando entré a estudiar a bellas artes tuve la fortuna de encontrarme con un maestro que para mi convencional manera de ver el mundo, en primera instancia lo catalogué como un loco, sin embargo, paulatinamente me fue atrapando con su discurso, el cual me ofrecía la posibilidad de cambiar mis paradigmas con los que hasta el momento había construido mi vida. Esa posibilidad de relativizar lo que conocemos como realidad me abría la oportunidad de cambiar mi mirada y la manera de relacionarme con el mundo. Resulta que ahora todo lo que yo creía como real no era real, es todo una invención mía, sin duda, esta idea me enfrentaba a asumirme como única responsable de todo lo que me acontecía en la vida y por otro lado, el cuestionarme qué tan cierto era que las cosas tenían que ser de tal o cual manera, qué era lo que me hacía creer que mi dibujo tenía que ser de tal o cual forma. Esto tal vez fue tan sólo el principio para prepararme y tratar de dar un sentido a mi existencia al enfrentarme a pérdidas que transcurrirían por aquellos tiempos: la muerte de mi abuelo, la pérdida de un gran amor, la infinita falta de otro y luego la inesperada enfermedad de mi madre y para rematar la duda de la existencia del mundo en el cual transcurro, acontecimientos que sin duda tambalearon mi vida pero que paradójicamente también la salvaron.

1.3 Todos vivimos de algo muerto

Comencemos con la muerte de mi abuelo. Su muerte fue tan inesperada que irremediablemente me hizo pensar en lo frágiles que somos, recuerdo que esa noche en el hospital pasaron por mi mente una serie de imágenes como en cámara lenta, todas las aventuras que vivimos mis primos y yo con el abuelo, los pellizcos que me daba como expresión de su cariño, el regreso de sus viajes esperando me trajera alguna sorpresa de aquellos lugares que visitaba. Tal vez fue a partir de su muerte que esos objetos comenzaron a adquirir un valor mas especial, de alguna manera sentía que era lo más suyo que me quedaba y sin duda el tenerlos presentes me confirman que no he olvidado. Recuerdo que justo después de su sepelio yo me encontraba preparando la lectura que había dejado aquel loco maestro para su clase, el capítulo comenzaba diciendo: “los sentimientos no existen”, de entrada, lo primero que dije fue: ¡no me chinguen! y entonces qué es esto que estoy sintiendo, y tal como lo decía la lectura, era todo y nada a la vez, era una sensación, un algo que podía confundirse con todo y que podía describirse de todas las maneras, pero que finalmente todo lo que pudiera decir de ello no se refería a mi sentimiento sino a las palabras. No cabe duda que este primer acercamiento con este autor fue determinante para mi, ¿quién después de leer a Fernández Christlieb podría volver a ver la cotidianidad y los muertos que vamos dejando en ella con los mismos ojos? Y aunque no voy a negar que hay días en los que todavía espero al doblar en alguna esquina ver a mi abuelo en su camioneta diciéndome: “vámonos pa Houston bruja”, seguro ya no es con esa nostalgia de pérdida irreparable, sino con esa sensación de haber construido una nueva forma de relacionarme con él a partir de su falta más evidente.

Pero si a faltas vamos, yo no conozco una más intensa que esa que se experimenta cuando, ya sea por ingenuidad o estupidez, confundes tu imaginario con lo real (lo cual suele ser lo más común cuando uno se ve involucrado en una relación amorosa) y ante la dificultad de simbolizar descubro en la frustración mi goce. Para ser franca, creo que siempre he tenido un gusto mórbido por la tragedia, siempre sintiéndome al borde, como si todo fuera razón de vida o muerte y en esa relación de pareja que experimentaba por aquellos tiempos no era la excepción el vivirla bajo ese tenor.

No se todavía a ciencia cierta en qué consista el desgaste de las relaciones humanas en general, aunque por lo regular la solución para que sobrevivan casi siempre consiste en tener la voluntad de inventarte una nueva historia con la persona, transformar o actualizar la falta siempre con la voluntad de dos, en cambio, ante una devastación tan total como la que experimenté en aquella relación, no tenía más opción que inventarme, construirme de nuevo como último intento para poder rescatar algo del otro en mí.

Luego, ingenuamente creyendo que ya había comprendido la lección, me vi envuelta en una nueva relación amorosa, y cuando menos me di cuenta ya estaba confundiendo nuevamente mi imaginario con lo real, sólo que en esta ocasión para poder subsistir ante este nuevo vacío, fue preciso descubrirme hasta en los reflejos más ignorados para saberme de nuevo yo, es decir, de alguna manera, por propia sobrevivencia fue necesario darme cuenta que yo era en la medida que reconociera todo lo que no era. Luego entonces, lejos de perder reflejos, creo que en esta ocasión ganaba más.

Pero a la par que multiplicaba mis reflejos, esos nuevos me alejaban de otros como el que desde siempre había tenido con mi madre, por ejemplo. Su enfermedad llegó tan repentinamente y el desgaste tan rápido que cada día que pasaba me repetía ¡esa no es mi mamá!, ¿cómo reconocer a la nueva?, descubrí de un solo golpe que cuando el cuerpo y el tiempo se solidarizan, irremediablemente te hacen pensar que el luto es lo más tuyo, lo que siempre se queda a tu lado y con mi madre yo empecé a estrenarlo desde que nos anunciaron su falta más irreparable, intenté por comenzar a reconocer esta nueva forma de vacío, o quizá a acostumbrarme a este nuevo silencio. Justo en ese momento comprendí que todos los sentimientos del amor suelen ser posesivos, egoístas, desde entonces creo que yo prefiero los del luto, donde no hay más querencia que los de la entrega porque es ahí donde estriba nuestra imposibilidad de totalidad y te das cuenta que lo que te mantiene siempre viva es la infinita falta y en ese sentido, es como de alguna manera, todos vivimos de algo muerto.

Cuando te das cuenta que difícilmente uno llena los huecos en la memoria, los vacíos que van devorando momentos en el tiempo, tiempo que irremediablemente registramos en recuerdos uno se resiste a perderlos, entonces cada dibujo, cada texto, cada objeto se convierte en un intento desesperado por volver presencia las ausencias de lo que se me ha ido, porque es bien sabido que lo que no se recuerda se acaba, y yo no quiero correr ese riesgo.

28/6/08

EL PROCESO DE CREACIÓN DEL OBJETO ARTÍSTICO



Nuestra relación con el mundo la percibimos más exactamente como existiendo en el tiempo. Cualquier hecho, cualquier acontecimiento transcurre en el tiempo, incluso el proceso de creación de una obra artística, y no porque literalmente al ponerme a trabajar transcurre un tiempo y puedo determinar si me tarde una hora, un día o un mes en hacerla. La idea de tiempo se complejiza en la producción cuando de alguna manera le asignamos a la propia obra un valor temporal lo cual hace posible que definamos al objeto artístico en sí, como temporal.

En este sentido puedo distinguir entonces tres diferentes tiempos que intervienen en la obra artística. Por un lado, el tiempo que pudiera llamar cualitativo, aquel que nos inventamos como una historia en donde pareciera que a toda causa le sobreviene un efecto. Ordenamos acontecimientos, momentos de manera separada a fin de poder percibir la realidad que es continua y constante, así inventamos nuestro pasado, presente y futuro. De este tiempo ya hablé más específicamente en el capítulo anterior en cuanto a las vivencias que he tenido a lo largo de mi vida que han motivado mi producción. Podríamos entender este tiempo entonces como la narrativa precisamente de esas vivencias y la manera en como han interactuado en mi producción plástica.

Pero luego, surge otro tiempo, que es precisamente ese tiempo que caracteriza o define al objeto artístico como temporal, es decir, la idea de cómo concibo el tiempo dentro de mi producción. Y es de este “tiempo idea” del que hablaré más ampliamente en el capitulo III al considerar al recuerdo como un tiempo presente extendido y no precisamente como un tiempo pasado.

Y por último, puedo distinguir otro tiempo que es aquel que transcurre a lo largo del proceso de elaboración de la propia obra artística y la manera en como cada uno lo vive. Se trata de un “tiempo reactivo” en tanto interactuamos con los materiales y uno construye todo un ritual para producir, creamos una técnica y construimos una iconografía . Y es este tiempo el que a continuación trataré de explicar como lo vivo de manera personal.

2.1 El rito

Así como cuando niña era todo un ritual cada intento por “aprender a dibujar” haciendo paso por paso lo que indicaban los libros de “Así se aprende a dibujar”, ahora lo sigue siendo aunque supongo que de manera distinta. El proceso comienza con un entrecruzamiento de circunstancias tanto anímicas como de ideas; ideas que surgen a partir de textos que regularmente escribo en un diario de lo que me acontece, de lo que me afecta cotidianamente pero no en el sentido de describir la situación o el hecho en sí vivido, es decir, no intento hacer un relato de vida sino más bien lo que intento escribir son las reflexiones de mis vivencias y de las circunstancias que las atraviesan. De alguna manera, por lo menos mis diarios a partir del año 2005 se han convertido en un lugar de aprendizaje, de reconocimiento, de encuentros y desencuentros, aunque al releerme me doy cuenta que la mayoría de las veces termino por desahuciarme, esa costumbre mía de siempre desear y querer más y encontrar el goce en mi frustración no se me quita con el tiempo.

Este registro como a intento de diario comienza desde que yo tenía aproximadamente quince años. Recuerdo que cada fiesta de año nuevo era para mí todo un ritual cuando todos se iban a dormir y me quedaba sola junto a la chimenea de la sala de la casa de mis papás, cada año nuevo quemaba el diario que había escrito en el transcurso de todo ese año, como si la acción misma de quemarlo abriera nuevas esperanzas y expectativas para el año venidero, era como hacerme a la idea de que todo comenzaba de nuevo y surgía la oportunidad para escribirme nuevamente, inventarme otra historia.

Un acontecimiento en el 2002 hizo que acabara con aquel ritual. Haber experimentado la relación amorosa más intensa que hasta el momento había vivido cambió el sentido de todo. A diferencia de los años anteriores, en ese momento creía que todo lo que estaba viviendo “era real”, ingenuamente creí que ya no se trataba únicamente de esas imaginerías que año tras año me inventaba y escribía, ahora, todo lo que antes había sólo imaginado lo acomodé de tal manera a que encajara perfectamente con lo que se me presentaba en mi vida en ese momento, entonces, al creer que estaba viviendo “algo real” el sentido de mis diarios cambiaron, por lo menos hasta el del año 2004 . De alguna manera se convirtieron en una serie de diálogos con esa persona al ser más fácil para mi poder decir las cosas escribiéndolas, ya que no sé por qué extraña razón tiendo a quedarme muda cuando me veo involucrada en una situación que me afecta directamente. Los diarios de esos años (y nótese que digo “los” en lugar de “mis” diarios) no corrieron exactamente la misma suerte que los anteriores, sin embargo tampoco puedo decir que me pertenecen son más suyos que míos. Ahora todo tomaba un sentido distinto, lejos de pensar y creer que comenzaba de nuevo paradójicamente era preciso reconocerme sí distinta, pero con historia, y no porque antes no la tuviera, sino porque me negaba a reconocerla, a recordar, parecía que lo importante era hacer, hacer y hacer cosas, saturar el tiempo y al terminar el día tener la sensación de que había cumplido con lo que “tenía” que hacer, de algún modo era apresurar el paso como para escapar de la memoria y no me alcanzara el recuerdo.

El año que menos escribí fue en el 2005, pero paradójicamente fue cuando empecé a producir más en cuanto a mi trabajo plástico, realicé mi primer proyecto en forma al cual puse por título “Instrumentos prácticos para sobrevivir” ya que de algún modo explicaba el momento por el cual atravesaba.

Ya para esas fechas me quedaba más que claro que los desamores no se reconstruyen, con la anunciación en ese año de la enfermedad de mi mamá que la muerte es lo único seguro que tenemos, y que nada, absolutamente nada podemos decir que es para siempre, nada permanece igual y quien pretenda que algo sea como antes cae en el simulacro. Por lo tanto, aún el recuerdo nunca deja intacta la vivencia, siempre altera su imagen y su sentido, siempre es una reconstrucción y de alguna manera abre la puerta a la posibilidad de aprender de la falta y las pérdidas, cosa distinta de lo que es tener la infructuosa esperanza y perenne idea de que al recordar “viajamos” al pasado y volvemos a vivir lo añorado y que de algún modo recuperamos lo perdido.

Al siguiente año algo nuevamente pasó que transformó completamente la forma de verme al descubrirme distinta en otros ojos, tanto, que sin darme cuenta en mi diario me constituí en una tercera persona de la cual escribo. A veces surgen largas conversaciones entre la otra y la nueva, se cuentan sus andanzas, sus miedos, a veces se arman campales batallas entre ellas, una termina por matar a la otra, se resucitan y de algún modo intentan aprender a convivir una con la otra.

Es un hecho que esta práctica de escribir por un lado me ayuda a recordar, a no olvidar la vivencia, y por otro a tratar de reconocerme a partir de lo que escribo.

Otro elemento que me es indispensable para trabajar es la música. Hay veces que escuchando alguna canción encuentro frases insistentes que pareciera que pronuncian lo que antes nunca había podido ser dicho, las repito y repito una y otra vez como para hacerlas mías, como para poder nombrar esos huecos que se crean a la hora del mal de amores, de la nostalgia o de experimentar una aparente plenitud, luego de tanto repetirla no sé en que momento la frase llega acompañada de una imagen, otras veces descubro en la frase alguna coincidencia con poemas. Así por ejemplo una noche surgió la obra que puse por título - por la boca muere y mata el pez - escuchando una canción de José María Cano que dice:

entre tus labios a los míos respirando en el vacío aprenderé como por la boca muere y mata el pez

al escucharla esa noche, sin poder evitarlo vino a mi mente también aquel poema de Alejandra Pizarnik:

nada es promesa

entre lo decible

que equivale a mentir

el resto es silencio

sólo que el silencio no existe

las palabras

no hacen el amor

hacen la ausencia

Paradójicamente recordé aquel 27 de diciembre cuando desperté abrazada y mientras él dormía me puse a pensar cómo podría definir tal afectación (esa de estar abrazada) pero por más que lo intenté, las palabras no tuvieron correspondencia con aquel hecho. Cualquier pretensión que tenía de definir lo que sentía caía en vaguedades, se confundía con todo pero al mismo tiempo podía describirlo de mil maneras, luego recordé lo que alguna vez leí de que lo que se siente no se puede decir y lo que se dice no es lo que se siente, entonces me di cuenta que todo era insuficiente. Me volví a quedar dormida, era mejor así, por lo menos en esa ocasión me quería dar el lujo de abandonar los nombres porque eso de los nombres es razón de lo ausente y ese día, simplemente estábamos ahí. [1]

Después me vi envuelta en una paradoja, porque irremediablemente también recordé aquellos días cuando me invade con sus palabras y con ellas golpea mis paredes para hacer ventanas y marca los signos para construir parte de mi historia.

Silencio o palabras, era la disyuntiva. Palabras, pensé, porque sin duda alguna el mundo entero cabe en ellas.

La experiencia se convirtió entonces en una plegaria para que nunca me faltara el pan de cada día: palabras, muchas palabras, esas que nos separan y son letales pero que a la vez nos constituyen y nos dan sentido, y el texto en la obra apareció: Dame el pan nuestro de cada día que como hoy y siempre yo me lo tragaré, perdona mis mentiras así como también yo perdono las tuyas hazme caer en la tentación y líbrame del silencio del mero estar, amén.

No sé por qué extraña razón desde niña nunca he podido soportar el silencio. Me queda claro que mi necesidad de escuchar música no se debe a tratar de evitar la sensación de soledad, porque incluso, ésta me es también indispensable para poder trabajar. Entonces, más bien creo que viene de aquellas noches de insomnio que siempre he tenido y que para aminorar mi ansiedad por conciliar el sueño me pongo a pensar, a leer o a trabajar escuchando música. Creo que de alguna manera por eso disfruto más trabajar de noche, me gustan más los sonidos peculiares de esas horas y de alguna manera no hay nada ya que me interrumpa, si acaso la llegada del nuevo día o la idea de tener que dormir, a como de lugar, algunas horas para que llegado el momento me pueda levantar y vaya a vivir la cotidianidad de cada día, la cual, de alguna manera alimenta el insomnio de cada noche.

Contando ya con la dosis para controlar un poco la ansiedad, me dispongo entonces sí a sacar todas mis herramientas que me permiten construir mis imágenes las cuales van desde los carboncillos, pinceles, tintas, acuarelas, papel y madera, hasta la memoria y mi diario. Bien digo “mis” herramientas porque nada más mío que eso objetos a los que sin poder evitarlo con el constante contacto uno establece una relación afectiva, de animismo y hasta de superstición con ellos. La plumilla de la bisabuela, los carboncillos desgastados por el uso que cuentan ya con un tamaño reducido a su más mínima expresión, los suspiros de los contenedores de acuarelas y tintas que guardo a manera de recordatorio del color exacto que me cautivó una tarde, todos esos utensilios, instrumentos y herramientas de trabajo que irremediablemente contienen ya un valor sentimental se vuelve un remordimiento de conciencia el siquiera pensar en cambiarlos por uno nuevo porque son objetos continuos de uno mismo. Pero cuando es inevitable la adquisición de un nuevo material de una nueva herramienta, me es indispensable buscar todas las similitudes posibles con aquellos atesorados, la marca, el color, la consistencia, la textura etc. y luego comienza el reconocimiento del objeto hasta que logra formar parte de mis afectos, ya sea porque supersticiosamente creo contribuyó un buen día a que uno de mis dibujos me gustara, o porque simplemente logré persuadirlo para que contribuyera a mis fines.

2.2 Comienza el intento de “recrearme”

Sucede que siempre antes de comenzar a dibujar me imagino la serie de elementos que intervendrán en la construcción de la imagen, aunque por lo regular no logro establecer su orden hasta que ya estoy en el proceso mismo, de esta manera, la imagen nunca queda como la imagino.

Después de que tengo un tanto definidos los elementos que intervendrán en la obra comienzo la búsqueda de los mismos. Consulto el banco de imágenes que he ido conformando a lo largo de varios años, las cuales van desde imágenes de obras y trabajos plásticos de distintos autores, hasta fotografías del cuerpo humano, de objetos etc. esquemas de zoología, botánica y anatomía, recortes de revistas, periódicos y libros o en último de los casos busco los objetos para dibujarlos “del natural”.

El espacio de trabajo se va transformando.

Cuando comienzo a sacar los materiales me cercioro que cada uno de ellos tenga su lugar. Las tintas las acomodo por colores y tonalidades lo mismo que las acuarelas, los pinceles por grosores, los lápices y carboncillos por tamaños, protejo la mesa de mi comedor para cuidarla de los posibles accidentes que pudiera tener, me pongo ropa cómoda supongo que para sentirme más ligera al subir y bajar las escaleras la infinidad de veces que lo hago cada vez que me percato de la ausencia de algún material o herramienta, libro u objeto que intuyo me ayudará a construir la imagen.

Lo más difícil es comenzar.

Casi siempre sucede que el intento va acompañado con una especie de… no sé como definir la sensación, si de miedo o de impotencia por empezar a realizar el primer trazo. Desvío mi atención haciendo veinte mil viajes a la cocina debatiéndome la misma cantidad de veces entre saciar ese hueco en el estómago con comida o de una vez por todas realizar ese primer trazo. Esa decisión ahora es más fácil tomarla desde que vivo sola, me planteé dos opciones para hacerlo: o me cosía la boca o de plano dejaba de comprar comida, definitivamente opté por la segunda y al no contar en casa con todo aquello que se me suele antojar entonces me hice adicta al café. Cuando regreso de mis frustrados viajes a la cocina decidida a realizar ese primer trazo y por fin logro hacerlo, la ansiedad comienza a disminuir, poco a poco va tomando sentido el dibujo, después el texto y los objetos que voy integrando en la obra. En la medida en que me adentro más en el trabajo todo aparente orden comienza a desaparecer, termino trabajando descalza, tirada en el suelo, objetos, pinceles, papeles y pinturas regados por todo el piso, la pulcritud del lugar comienza a desvanecerse y en ese momento trato de convencerme entonces que es el desorden del espacio lo que me hace sumergirme en esa especie de locura y no otra cosa.

Creo que un momento de los que más disfruto en el proceso de elaboración de la obra, es cuando me sumerjo en esas cajas llenas de retazos de telas, hilos, milagritos, varitas, etiquetas, hojas, objetos cotidianos que e ido recolectando a lo largo de varios años también y que al verlos integrados en la obra me hacen sentir cierta paz espiritual, es como si de alguna manera asegurara su permanencia y les asignara el sentido de su existencia.

Finalmente, hace su aparición el texto con la intención de confirmar la experiencia. En ocasiones líneas de mi diario, o en su defecto la fecha que me remite a una vivencia registrada en el mismo diario. De alguna manera tengo la creencia de que el lenguaje escrito retiene el tiempo, lo estabiliza, lo ordena y en ese sentido las fechas se convierten en marcas para señalar diversos acontecimientos, vivencias que nos llenan de identidad, de sentido, lo mismo que a los lugares y objetos que la contextualizaban. Regularmente al recordar una fecha rehago una vivencia aunque de aquella ya no quede nada. Un velo de nostalgia entre mis sentidos y la imagen del recuerdo se entrepone, tal vez por la distancia aparece como una especie de niebla que no veo, pero que ah! como siento en el cuerpo.

2.3 La iconografía

Refiriéndome ya específicamente a la forma que constantemente adquiere mi producción, considero que sería necesario hacer antes algunas pertinencias en cuanto al término. ¿Qué entendemos por forma? Regularmente utilizamos el término forma como sinónimo de contorno, de silueta y hasta somos capaces de describir si es circular, rectangular, su dimensión, su color, textura, y más cosas que se juega la imagen o el objeto en su superficie, pero sin embargo hay veces que utilizamos el término también como para referirnos a algo que no es verificable a simple vista. Pablo Fernández Christlieb hace referencia que hay formas que no tienen contornos definidos ni estables y que regularmente sus límites no se conforman del mismo material del que se conformaría por ejemplo la forma de un dibujo con la tinta. Así hablamos de “formas de ser” , “formas de pensar”, “formas de vivir”.

Aquí por cuestiones meramente de estudio trataré de identificar y explicar primeramente las formas de mi trabajo en cuestión matérica para más adelante hacer las observaciones pertinentes en cuanto a lo que podría denominar formas conceptuales de mi producción.

Creo que anteriormente no había hecho un reparo para identificar las constantes que ha tenido mi trabajo hasta el momento. A grandes rasgos, mi producción consiste en una serie de imágenes trabajadas de forma metafórica. Imágenes, textos y objetos a manera de collage, a los cuales les construyo una narrativa al integrarlos en la obra.

Haciendo una remembranza, hasta cuando tomé la especialidad de gráfica y practicaba el grabado en sus técnicas más tradicionales como el linóleo, xilografía, punta seca, aguafuertes y aguatintas siempre fue una constante el integrar objetos terminadas las impresiones y si acaso no utilizaba todo un texto dentro de la obra, el título era fundamental para mí, sin duda hacía siempre referencia a la vivencia. En este sentido, nunca una obra se ha quedado sin título.

Siempre he creído que la mayoría de las veces cuando uno trata de explicarle a los otros cualquier asunto, cualquier cosa que nos acontece, una de dos, o lo hacemos con la intención de confirmárnoslo a nosotros mismos o en ese preciso instante estamos tratando de explicárnoslo a nosotros también. Tal vez por eso en este momento en donde trato de explicar un poco más lo que se refiere a la forma de mi dibujo se torna un tanto difuso porque a la par estoy intentando explicármelo a mí misma.

Mi dibujo siempre ha sido figurativo, me inclino por la monocromía de los ocres o por el blanco y el negro, si acaso sólo algunos tonos sanguinas llegan a resaltar en mis trabajos, tal vez porque de alguna manera me recuerdan los dibujos de lápiz y carboncillo que tanto admiraba mi papá.

Durante varios años por alguna extraña razón una constante que incluía en mis dibujos fueron los corazones: corazones anatómicos, corazones negros y rojos, corazones atravesados por una flecha y mis favoritos sin duda eran los corazones alados, tal vez porque por aquellas fechas escuchaba que alguien decía eso que apenas y se oye dentro de nosotros, alguien decía corazón. Después independientemente de toda la carga afectiva que pudiera tener cualquier imagen de un corazón, me fue cautivando su forma en sí, el color sanguina con el que siempre suele representarse, y de algún modo ese significado estabilizado que la mayoría de la gente suele tener del corazón como órgano generador de sentimientos o el lugar donde se albergan los afectos y amores más grandes tanto que suelen decir “te quiero con todo el corazón” para mi fue desapareciendo. Dentro de mis trabajos se fue haciendo más evidente el hecho de que el corazón no es más que simplemente un “instrumento practico para cambiar de aires”, una “caja de resonancia” con capacidad de alternancia sucesiva de movimiento que propicia contracciones que provocan impulsos rítmicos comúnmente denominado latido cardiaco, el cual a su vez permite llevar respiraciones a su fragua para transubstanciar el viento en esa cosa roja parecida a los mares y que después de determinados latidos deja de funcionar y suele pudrirse y tirarse como cualquier otra víscera.

Luego me dio por dibujar objetos. Encuentro fascinante eso de descubrir sus formas, esas que hacen que reconozcamos a los objetos dentro de una cotidianidad, pero más significativo para mí es descubrir en el proceso eso que los llena de identidad al pensar la manera en como los vivo, como interactúan conmigo en mi vida diaria, cómo una bombilla con toda su fragilidad y transparencia se convierte ingenuamente en un instrumento para ahuyentar los miedos, cómo el espejo frente al cual todos los días me peino para irme a trabajar en algún instante se convierte en ese objeto que me permite mirar la propia mirada y me espanta descubrir que soy todo menos la que se ve ahí.

La figura humana y a veces su anatomía ha sido también muy recurrente en mis trabajos, tal vez más conciente desde que descubrí al vivir en carne propia que la superficie de los cuerpos puede ser el espacio propicio para aplicar la estrategia de la apariencia; que basta sólo una ligera manipulación de la apariencia para que la percepción del mundo y de los otros cambie en razón del propio reconocimiento en los demás. Deleuze lo deja ver así cuando afirma que es siguiendo la frontera, costeando la superficie, como se pasa de los cuerpos a lo incorporal (Deleuze, 1989, p.33). De algún modo entonces, al representar la figura humana o cualquier parte de su anatomía en mis trabajos, implica representar la relación fundamental entre mi propio juego de apariencia ante el mundo.

Muchas veces ingenuamente he intentado cambiar la forma de mi dibujo, pasar de un “estilo realista” a uno más “expresionista” o de uno “figurativo” a uno “abstracto” como si se tratara meramente de una cuestión de decisión, sin darme cuenta que sólo a base de práctica y constancia es como supongo algún día podré ir haciendo ciertos descubrimientos. Esto me hace pensar que cuando digo que me gustaría poder dibujar de tal o cual manera es seguro que no estoy pensando en mí, sino en la que quisiera ser, es decir, de alguna manera me gustaría intentar semejarme en la acción al ideal de mí misma. Seguramente lo que estoy diciendo es también una ingenuidad pues es más que sabido que jamás podremos hacer coincidir nuestra expresión con nuestra sensación, lo que decimos con lo que sentimos, luego entonces, el único consuelo que me queda es asumirme como sujeto de posibilidad, lo que Eugenio Trias llamaría “ser en exilio”.

En ese asumirme como sujeto de posibilidad, sin duda alguna los materiales y la técnica ayudan a ello. Si bien a la técnica se le puede definir como un conjunto de procedimientos propios de un arte, ciencia u oficio, en pocas palabras un medio para algo, a mi me gustaría, sin llegar a negar esta definición que a ojos vista es correcta, poder plantear la técnica como una posibilidad, un modo de hacer salir de su ocultamiento algo que no se produce a sí mismo, es plantear, de algún modo, que la técnica es una estructura de pensamiento y entonces hay tantas técnicas como individuos.

Eduardo Cohen lo plantea mejor al decir que

si no podemos nunca mostrarnos “tal cual somos”, en cambio si nos podemos mostrar tal como podemos ser a partir del manejo de recursos técnicos y materiales específicos y luego agrega …los materiales usados con sabiduría son más que medios, coautores elocuentes de nuestra obra; estos intervienen en los resultados finales en la medida en que se oponen y no en que obedecen a nuestra voluntad.

De ahí que …el éxito tanto como el fracaso de un intento de expresión, consista en encontrar el punto de equilibrio entre la “voluntad” del material y la de quien lo maneja. (Cohen, 2004, p. 27)

En mi caso se podría decir que la técnica que paulatinamente he ido adoptando es la de collage, la integración de imágenes encontradas, dibujos con tinta china, acuarelas y carboncillos, objetos cotidianos que van desde varitas, hilos, milagritos, pinzas, espejos, hojas, retazos de tela, utensilios cotidianos y textos es la viabilidad que he encontrado para poder construir la narrativa de la transición cuando la vivencia a través del recuerdo se convierte en otra cosa, en experiencia, conocimiento o un nuevo reflejo.

2.4 Recuerdo y limite. La forma de la idea

Si anteriormente planteaba la idea de considerar a la técnica como una estructura de pensamiento, considero entonces oportuno en este momento comenzar a hablar acerca de la forma conceptual de mi trabajo, ya que ha sido a partir de no únicamente tratar de apropiarme convencionalmente de la técnica sino de tratar de darle un sentido lo que me ha permitido a la par construir la forma conceptual de mi producción.

Entiendo por forma conceptual aquellas que Pablo Fernández Christlieb definiría como de contornos indefinidos. Es decir, aquellas que no las podemos ver, ni tocar, ni oler, en pocas palabras percibir, porque no son objetos, son ideas y como tales pertenecen al campo del lenguaje, pero no por eso no tienen forma.

Henri Focillon define a la forma como un molde hueco, donde el hombre vacía uno tras otro materiales diferentes que, sometidos a las presiones de las curvas, adquieren una significación inesperada, considerando la definición anterior, podría entender “molde” no precisamente como un recipiente matérico, un molde por ejemplo puede ser nuestro propio pensamiento, luego entonces, es nuestro pensamiento que con sus recovecos transforma y significa todo el “material” que cotidianamente vamos “vaciando” en él. De esta manera podemos hablar de la concepción de ideas que a la vez son las que le dan forma al propio pensamiento. En palabras de Guillaume el contenido fundamental de la forma es su contenido; una forma sin su soporte no es una forma, y el soporte es él mismo (citado por Pablo Fernández Christlieb 1999, p.173)

Esto tal vez lo pudiera ejemplificar con los objetos que utilizo en mi producción, ¿qué es lo que le da sustento a qué, la forma del objeto o su contenido? o ¿a caso no son lo mismo? En este sentido, en mi obra cobran importancia los objetos cotidianos que utilizo al desnaturalizarlos y alterar su contexto, dejan de ser meras presencias y objetos que tienen que ver únicamente con la praxis o su utilidad, a partir de ese momento representan, es decir, cuando los objetos dejan de ser meras presencias ajenas al observador, como diría Pablo Fernández Christlieb, se tornan en objetos cercanos, objetos que tienen ya un valor sentimental, cuyos contornos son ambivalentes y en esa medida no se sabe dónde termina el objeto y dónde empieza uno mismo (Pablo Fernández Christlieb, 2004, p. 116) en otras palabras, los objetos se transforman cuando los vivimos en un horizonte relacional más afectivo. Y en mi caso, aunque a ciencia cierta no se exactamente, qué representan todos y cada uno de los objetos que utilizo en mi obra, siempre me remiten a imágenes, vivencias, tiempo pasado que por más que tratase de reconstruir las circunstancias para volver a vivir lo vivido, es imposible hacerlo, sería en todo caso escenografía, pero nunca la vivencia. Lo que procuramos atrapar es siempre ya pasado. De alguna manera entonces, los objetos son recordatorios, contenedores de tiempo. Nosotros leemos en los objetos recuerdos, y justo en ese momento reconstruimos el tiempo ido, lo reactualizamos y se convierte en un tiempo presente extendido en donde a la par que se transforman los objetos nos transformamos nosotros mismos al reconocer nuestro nuevo reflejo.

Pero entonces, si los objetos se transforman al incluirlos en mi producción, si el dibujo, y en general la obra artística, me da la posibilidad de asumirme como un sujeto de posibilidad; la obra artística no es otra cosa que el límite. Ese que Eugenio Trías denominaría como “realidad fundante”, ese espacio topológico desde donde podemos pensar y reflexionar nuestra propia existencia en el sentido etimológico de “existire”, de estar hacia fuera, de sobrepasar la realidad simplemente presente en dirección de la posibilidad. Es decir, de algún modo si pensamos el límite como ese estar en dos lugares y en ninguno a la vez y aplicamos el concepto a la obra artística, descubriríamos una doble cualidad: por un lado pertenecemos a ella, la vivimos como tal al actualizar lo vivido a través del recuerdo (lo cual es lo que genera a la propia obra), pero además, al concretarla y pararnos frente a ella como espectador descubrimos nuevos reflejos, de algún modo significamos la experiencia y nos descubrimos ya distintos. Por lo tanto, considerar a la obra artística como límite implica por un lado vivirla, sí, pero también reflexionar en torno a ella, es decir estar dentro y fuera a la vez.

Por lo anterior, la forma conceptual de mi producción apunta entonces en dos sentidos: en plantear el recuerdo no como tiempo pasado, sino como un tiempo presente extendido generador de mi producción plástica y por otro, plantear a la obra artística como límite, lo que remite al artista como sujeto de posibilidad, es decir, de algún modo dejar de pensar el límite desde el ser y comenzar a pensar el ser desde el límite.




[1] Diría Pablo Fernández Christlieb (2004 ) Lo que hay aquí es en rigor silencio, pero no el silencio de las vacas o de las piedras ni el de la noche, sino un silencio lingüístico, más claro, con el que comienza el lenguaje y que ya es parte del lenguaje mismo: un silencio que ya está hecho del material del lenguaje. Más adelante agrega: el silencio es la forma del lenguaje que está por el momento más allá de lo que puede decirse (p. 84)